El pasado 28 de julio en la emotiva celebración de la fiesta del Apóstol Santiago en la Catedral metropolitana, el Arzobispado homenajeó al P. Luis Ramírez Vial con la Condecoración Cruz Apóstol Santiago. Un gran orgullo para nuestra comunidad.
Con 88 años, su vida ha sido un testimonio de entrega, paternidad y fidelidad en el ministerio sacerdotal. Ha acompañado a innumerables familias, inspirado a muchos sacerdotes y desempeñado roles esenciales como asesor de la rama de familias del movimiento, Directo, Superior provincial y encargado pastoral de varios colegios.
Conversamos con el «P. Lucho» para ver sus sensaciones tras este homenaje y esto fue lo que nos contó:
¿Qué siente tras recibir este reconocimiento?
La notificación del Arzobispado de Santiago informándome que había sido elegido para recibir la Condecoración Cruz Apóstol Saantiago por mi testimonio de fe y servicio pastoral al Pueblo de Dios me causó una sorpresa mayúscula. La única explicación la encuentro en que es un signo elocuente de la inagotable misericordia de Dios. Así expresa Él en nuestra vida su bondad paternal.
Al recibir esta condecoración me fue claro de que estaba representando a mis hermanos sacerdotes de mi comunidad y a toda la Familia de Schoenstatt, que ha prestado y presta tantos y valiosos servicios al Pueblo de Dios.
¿Cuál de todas sus experiencias pastorales destacaría especialmente?
Desde el inicio de mi vida sacerdotal, mi comunidad me pidió que acompañara pastoralmente a las familias. Esto se los agradezco de corazón, en forma permanente, al Señor y a la Mater. La pedagogía pastoral del P. Kentenich es un instrumento privilegiado para evangelizar a las familias como primera escuela de una fe viva y rica en caridad y la primera escuela de las virtudes sociales que humanizan la convivencia en la sociedad.
Servir a las familias me ha permitido relacionarme con hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, pobres y ricos, enfermos y sanos, cercanos y lejanos a la Iglesia. Mi servicio ha priorizado la dedicación a la Obra de familias de Schoenstatt y con ellos he podido llegar a servir a familias en parroquias, escuelas, colegios y en tantas otras instancias.
Las familias han sido para mí no sólo un campo a servir, sino una gran escuela del verdadero amor: el amor sin límites. En ellos he visto un signo luminoso del mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. En ellos, la Mater, mi madre educadora, me ha ido enseñando con sabiduría y mucha paciencia a priorizar siempre el amor a cada persona.
¿Ve usted alguna relación entre esta distinción que ha recibido y el Jubileo que acabamos de celebrar como Familia?
Por nuestra espiritualidad providencialista no puedo dejar de ver en esto una voz de Dios en el contexto del Jubileo por los 75 años de la bendición del Santuario Cenáculo de Bellavista y de la misión del 31 de mayo. La magna celebración durante el fin de semana correspondiente fue una experiencia muy potente de una especial irrupción del Espíritu Santo en nuestro lugar de gracias en esos días. Esta experiencia fue unánime. En el encuentro de la Familia en esos días se hizo vida el lema: “Vamos el uno en el otro”. Por eso, he recibido esta condecoración consciente de que la Mater nos llama a entregar como aporte a nuestra Iglesia -en estos tiempos de agudo desencuentro, individualismo, falta de respeto a la vida y prescindencia ética en nuestra sociedad- esa vivencia real y concreta de cultura de Alianza, de cultura de encuentro, que vivimos en el Jubileo. Es precisamente a lo que nuestro Fundador nos llamó un 31 de Mayo de 1949.
Nuestro hermano en la Alianza, el P. Hernán Alessandri, hoy en proceso de beatificación, lo expresó en uno de sus cantos, con la claridad que lo caracterizaba: «Dilexit Ecclesiam, Padre, contigo amaremos a la Iglesia. La haremos familia, santo hogar de Alianza. La haremos alma de un mundo nuevo, de hijos y hermanos».
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