P. Patricio Ilabaca tras cumplir 25 años como sacerdote: «La Mater fue quien me llamó a seguir a Cristo»,

Este 10 de julio es un día especial para varios padres de la Provincia Pentecostés cumplieron un cuarto de siglo como sacerdotes. Un día como hoy, pero de 1999, recibieron el especial sacramento de la ordenación.

Algunos de ellos hoy están sirviendo al movimiento en Chile como Juan Pablo Rovegno, Felipe Bezanilla, Patricio Ilabaca y Manuel José Rodríguez. Otros, como el P. Felipe Ríos, lo hacen fuera del país.

Aprovechando esta relevante fecha conversamos con algunos y esto fue lo que señalaron:

P. Patricio Ilabaca

«Estoy muy agradecido y emocionado por cumplir 25 años de sacerdote. Reconociendo la gran ayuda que ha sido nuestra querida Mater, porque ella ha sido, con su fidelidad, quien me ha sostenido en este ministerio sacerdotal y en la vida. La oración, la vida en comunidad y en servicio. Me ha acompañado siempre, así que tengo que decir que es todo por ella.

Ella ha sido quien me llamó a seguir a Cristo, quien lo he tenido vitalmente muy presente para irle entregando mi corazón y para poder hacerlo presente en la vida de la familia de Schoenstatt y de la Iglesia. Todo por ella. 

Estoy celebrando con mucha alegría 3 misas de estos 25 años. El 8 en Curicó. El 9 en Talca y hoy 10 en San Fernando. En los tres santuarios que me toca acompañar y he sido celebrado con mucho cariño por toda la familia de Schoenstatt.»

P. Juan Pablo Rovegno

25 AÑOS DEL DÍA DE MI ALEGRÍA:

Sí, el día de mi alegría, porque nunca había sentido una alegría como la que sentí ese 10 de julio de 1999. Vivo de esa alegría, vuelvo a esa alegría, comparto esa alegría.

Hoy, con el paso de tiempo, percibo que la alegría la nutre la certeza del amor de Dios, para quien mis límites y debilidades no han sido un obstáculo para llamarme y ungirme sacerdote, para regalarme tanta vida en personas, lugares y vivencias, que han ido configurando mi corazón sacerdotal. 

Sí, porque uno es fruto de tanto y de tantos, partiendo por mi padres, a quienes les agradezco el don de la vida, de la fe, del amor, de la familia y porque su “hijo mío” ha quedado grabado en mi corazón y bordado en mi piel, como mi más preciada herencia. 

Cada lugar, cada persona, cada hebra de vida compartida y acompañada, acogida y ofrecida, ha sido una manifestación de la gratuidad del amor y la conducción de Dios: ¿Quién es uno para recibir el don de la confianza, para acompañar “las alegrías y tristezas, esperanzas y angustias” de las personas? ¿Qué misterioso don palpita en la gracia sacerdotal que nos hace instrumentos de la misericordia? ¿Qué milagroso misterio se oculta en los pliegues de mi frágil humanidad, para ser un puente entre las personas y del mundo con Dios? 

Agradecer es, también, pedir perdón, por toda la vida que no supe, no pude y, porque no decirlo, no quise servir, como Jesús nos enseñó con su ejemplo. Sin embargo, siempre me anima la esperanza del poder sanador del amor de Dios, que suple y multiplica la pequeñez del instrumento.

Agradecer a la Mater. Me experimento entre sus manos con la protección que sólo el nido del hogar es capaz de dar. Ella es mi madre y compañera, ella también está de fiesta y se merece todos los hurras, por su fidelidad y delicadeza. 

Agradecer a mi comunidad y a mi curso, ha sido el espacio familiar no sólo para compartir, complementarse, crecer y sentirse seguro, sino también para gozar la vida, elaborar las heridas del camino y crecer en la confianza pascual, que todo lo puede.

A nuestro padre y fundador, que siempre me sorprende por su camino paternal y sacerdotal, especialmente su apertura a la vida y al tiempo, su dignificación de las personas y su confianza en el momento de la oscuridad.

A mi Familia de Schoenstatt, en sus diversas comunidades y lugares, ha sido tan lindo crecer, aprender y madurar, volver a empezar y levantarse, compartir y acompañar… al alero de una familia con sentimientos de mutua pertenencia y corresponsabilidad.

Y como no agradecer a Jesús, quien, en una tarde surrealista, cuando el Papa Juan Pablo II beatificaba a Teresita de Los Andes, en medio del humo, la violencia y la confusión, traspasó mi corazón juvenil y le dio sentido a mi futuro. 

Jesús, amigo fiel y maestro bueno, tus huellas sigo (a veces a tientas y en medio de tantas distracciones). Te sigo con la esperanza de seguir aprendiendo a amar y ser amado como tú, hasta dar la vida. Porque dar la vida es entregarse siempre de nuevo y compartir el don, que tan gratuitamente hemos recibido.

P. Felipe Bezanilla

«De la vocación sacerdotal, de estos 25 años de sacerdote, con sus múltiples vaivenes y tantas personas a las cuales me siento unido, de la experiencia de vivirlo en la comunidad, también especialmente al servicio de la familia de Schoenstatt sólo mucho que agradecer a Dios y a la Mater»

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